Una máquina de escribir desahuciada

Una máquina de escribir desahuciada

Miquel Fornieles

20/02/2013

Caía la noche y Luis se encontraba sentado nuevamente delante de su vieja máquina de escribir Olivetti. El silencio más amargo para todo escritor llenaba su pequeño estudio y el tormento del inminente desahucio le impedía concentrarse en el arduo trabajo de encontrar una idea que diera forma a su novela no empezada. Esta noche más que nunca, seguía sin entender ni compartir las instrucciones de su padre sobre la importancia de establecer un horario de trabajo y de sentarse delante de su máquina a diario. No podía dejar de pensar en qué sentido tenía si no tenías la inspiración para escribir nada en ella. Junto con la vieja Olivetti estaba medio arrugada la notificación del Juzgado de Primera Instancia conforme se le otorgaba diez días para abandonar la que era su vivienda. La crisis económica se había llevado todos sus ahorros y seguía sin ver publicado su primer libro. Después de una infancia prometedora y de una adolescencia exitosa, ganando incluso concursos escolares de cuentos breves, ahora, cerca de la cuarentena se sentía cada vez más frustrado, arruinado y sin perspectiva de futuro alguna.

Fatigado pensó que una taza de café le animaría. Cuando volvió a la única habitación que disponía de ventana en su pequeño apartamento, se sentó nuevamente delante del último regalo que todavía conservaba de su padre. Necesitaba oír el repicar de sus martillos para convencerse de que era capaz de argumentar una buena historia. Y de repente volvió a suceder. La tecla “p” se había atascado y no conseguía que volviese a su posición natural. Después de un rato intentándolo, desistió de ello convencido de que las cosas no podían irle peor.

No tuvo más remedio que abrir su ordenador portátil para buscar por internet reparadores de Olivettis cerca de su domicilio para poder ir al día siguiente a primera hora. Por un momento, mientras esperaba a que arrancase aquel insensible aparato, se le pasó por la cabeza el intentar escribir en el programa informático que su amigo Javier le había instalado. A lo mejor esta noche la intermitencia del cursor dejaba de ponerle nervioso. No perdía nada por intentarlo.

Sin embargo, en esta ocasión internet le distrajo por completo. Navegó entre un sinfín de páginas y terminó cayendo en un interesante blog de denuncias sociales gestionado por un joven periodista francés. Leyó una noticia sobre la discriminación racial en una gran empresa y no dudó en realizar un comentario. No podía comprender como podía existir todavía distinción por el color de piel. Cuando terminó de realizar el comentario se dio cuenta de que había escrito casi una página, brotando de su interior sin freno su opinión respecto tal segregación. Terminado el alegato, cayó en sus más profundos sueños.

El primer rayo de la mañana impactó en sus cosidas pestañas. Se había quedado dormido apoyado en su desgastado escritorio y las cervicales reclamaban su atención. Le costó poderse incorporar y andar hasta la ducha para sentir el calor del agua encima de sus hombros. Después del desayuno de los últimos meses -una taza de café reutilizando la cápsula de la noche anterior y un par de galletas- pudo comprobar que su comentario de la noche anterior en el blog del joven periodista había tenido multitud de reacciones. Sorprendido y sentado frente la pantalla del ordenador, pasó el día tecleando nuevas opiniones sobre la noticia que había estallado el día anterior y se olvidó por completo de que no funcionaba su vieja máquina de escribir y que debía llevarla a reparar.

Esa noche, a diferencia de las últimas, decidió que no seguiría los consejos de su padre y seguiría realizando lo que le había estado distrayendo y animando durante todo el día. Se había informado en la red de cómo poder crear su propio blog. No sabía cómo no se le había ocurrido antes esa idea. Cada vez que le daba más vueltas, más le entusiasmaba. Sencillamente, encontraba genial el hecho de poder tener su propia bitácora digital y exponer allí sus pensamientos, sus escritos, sus opiniones y sus críticas más enérgicas a una sociedad en la que no había encontrado su lugar. No habían pasado más de dos horas y ya había disponía de su blog, con un primer escrito crítico con los desahucios injustos que sufrían cada día más de quinientos ciudadanos en su país. Pensó que sería una buena iniciativa que fuese una página abierta, donde todos pudieran exponer su caso y tuvieran un lugar donde ser escuchados. Esa noche, Luis, fue a dormir con una sonrisa en sus labios.

Transcurridos un par de días, la ciberbitácora se había convertido en un foro que disponía de miles de visitas y donde se habían agrupado varios afectados. Su pequeño blog se había transformado en una página de denuncia sobre injusticias sociales, donde afectados y víctimas se expresaban libremente y donde muchos de ellos recibían ayuda desinteresada de otros ciudadanos. Con ello, Luis consiguió evitar el desalojo en su vivienda, gracias al patrocinio de algunas empresas interesadas en su blog, obteniendo unos ingresos que le permitieron abonar la deuda contraída.

Y después de unos meses, se encontraba sentado en su viejo escritorio de su nuevo hogar, situado en un pueblo lejos de la ciudad que antes habitaba. Estaba feliz. Había aceptado la oferta de un pequeño diario local en el que escribía a diario y que le permitía seguir luchando contra las injusticias locales, mientras observaba como el blog que le había dado un nuevo sentido a su vida profesional aumentaba a diario su número de visitantes y escritos contra injusticias de todo tipo. Desde luego, seguía manteniendo el viejo regalo de su padre que había arreglado y que todavía se escuchaba alguna noche cuando la nostalgia le albergaba. Sin duda, su padre le perdonaría el hecho de que hubiese desahuciado su máquina de escribir si supiera que su hijo seguía apasionándose con la escritura aunque sea a través de un frío aparato tecnológico.

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