La cosa estaba complicada, había que ganar el concurso de ciencias de la escuela bajo cualquier medio para no reprobar en el área de tecnología nuevamente y recibir los acostumbrados reproches sobre la bastedad de su ignorancia emitidos por el padre; no era fácil, sobre todo con la participación de Cáceres y Rodríguez, quizá las mentes más brillantes en el mundo desde la muerte de Einstein y que por desgracia habían ido a parar a su salón de clase; el año inmediatamente anterior presentaron un volcán y un aparato digestivo respectivamente, ambos proyectos ensamblados con motorcitos eléctricos, sistema de sonido, figurillas de acción y pintura fluorescente, los sujetos eran de verdad un completo fastidio. Esta vez no iba a dar tregua para que le ganen el primer puesto, así que se presentó en el salón de exposiciones en el momento justo, (minutos antes de que el profesor de ciencia y tecnología pudiera dar el veredicto para validar su triunfo); al entrar, pego un alarido fuerte y solemne -¡Compañeros, me complace presentar ante ustedes el futuro de la humanidad!-, viendo con satisfacción cómo las miradas de todos en el salón, se amontonaban en torno suyo. -¿Qué se supone que es esto?- dijo el profesor de ciencia y tecnología, con el rostro rojo como la envidia y abrigado por un profundo sentimiento de indignación. -¡Éste soy mi nuevo yo, yo soy mi proyecto de ciencias para el concurso profesor!- señaló. Luego, con un cierto nerviosismo palpitante en su garganta, comenzó a describir el procedimiento.
Había cambiado todo bajo su tronco por un sistema hidráulico automotriz de inyección electrónica con 8 cilindros, que le posibilitaba a sus nuevas dos ruedas desarrollar una velocidad de 360 km/h y una aceleración de 0 a 100 km/h en sólo 3 segundos, -¡Mejor que el automóvil de última tecnología del director!- expresaba ante la mirada expectante de niños y profesores; al interior de su estómago, había instalado un triturador de alimentos, modificado para repartir energía y combustible a cada una de las renovadas partes de su cuerpo, según se necesitara; en el lugar donde debían estar sus pulmones, tórax, faringe y boca, se asentaba un complejo sistema de aireación e hiperventilación, un núcleo digital de amplificación sonora, capaz de traducir cada una de sus palabras a 6912 lenguas diferentes con la velocidad del pensamiento -y como si fuera poco-, un sensor productor y regulador de oxígeno, -Esto de aquí, es lo que permite también respirar bajo el agua amigos míos- explicaba. Posteriormente, mostró a los lados de su tronco, dos brazos neumáticos capaces de capturar el aire en el ambiente para lograr la realización de movimientos axiales, transformando la energía eólica en energía mecánica para transmitir fuerza 50 veces mayor a la de sus antiguos y obsoletos brazos de niño; todo debidamente soportado por un implacable sistema esquelético hecho con aleaciones de titanio y aluminio, que era lo que estaba de moda en implantes y prótesis corporales en esos días.
Sin embargo, quizá lo mejor de todo era su visión de escaneo infrarrojo, audición sonar satelital y olfato de percepción multimedia y tridimensional, todo conectado en su cerebro a un admirable microprocesador cuántico de estado sólido, insertado en medio de los hemisferios mediante un extraordinario, aunque según las referencias de Beatriz y Gloria, “asqueroso” procedimiento de intervención quirúrgica y electrónica molecular, capaz de procesar un paralelo infinito de datos, en Qubits de nanomemoria, realizar complejísimos cálculos, operaciones y análisis bajo algoritmos cuánticos como el de Grover y lograr procesos comunicativos asertivos mediante la selección hiperrealista de innumerables sistemas de criptografía cuántica, que se hallaba interconectado a un sutil dispositivo periférico de impresión de datos en su espalda, donde acababa de salir aún fresco el informe que soportaba debidamente el proyecto; y aunque como señaló, tuvo que sacrificar algunas cosas como su gusto y tacto, conservaba entero el sistema límbico, permitiéndole preservar sus instintos, emociones, personalidad, conducta y la posibilidad de enamorarse y sentir dolor, por eso dio para el convencimiento del público, una muestra impecable de sus sentimientos de miedo, placer y agresividad. Para terminar, señaló las bondades de su experimento en materias como las ciencias, el álgebra, el cálculo, y la educación física, -eso sin contar la ayuda que me puede proporcionar para enamorar una niña y agradarle a sus padres- finalizó.
Al ver que había terminado la absurda explicación del chico, el profesor de ciencia y tecnología calmó el torrente de aplausos de la multitud disparando rápidamente un discurso sobre los problemas que acarreaba la mentira; sin revisar siquiera los soportes que presentaba el chico sobre tutoriales bajados por Internet para la instalación de los dispositivos y mejoras, calificó su proyecto con la peor nota y lo envió para la casa, señalando hábilmente la trampa, pues para el concurso los niños no debían tener ayuda de sus padres. A la mañana siguiente, ya no quiso volver a clases, y a las tiendas llegaban las primeras personas preguntando dónde se podían adquirir los novedosos aparatos para remendar sus viejos cuerpos.
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