-¿Queda mucho para llegar, abu? Estoy cansado de tener encogidas las piernas…

-Debe quedar una hora. Si no hay retraso, llegaremos antes de las diez.

Era un viaje largo y el avión, en asiento de turista, no ayudaba a que el tiempo pasase más rápido. De pronto Alberto tuvo una idea. A él siempre se le habían dado bien todos esos equipos electrónicos que hoy día inundan los hogares. En su casa los programaba y ponía en marcha, casi sin mirar el manual. Para él era algo natural, pero inexplicable para su abuelo que lo llamaba cada vez que surgía un problema con su moderno “televisor-de-pantalla-plana”, regalo su mujer en sus bodas de oro.

-Abuelo ¿Jugamos a ver quién sabe más de“ibucs”?

– ¿Pero qué es eso de “ibucs”?

– ¡Jo! Abuelo, todo el mundo lo conoce así. Se parece a un ordenador y se pueden descargar libros de internet. Bueno ¿Si no sabes lo que es la red?

Verás, mejor te voy a enseñar uno, porque si te lo explico no te vas a enterar…¿Puedes cogerme una bolsa azul que está ahí arriba, con el equipaje de mano?

El abuelo abrió el compartimento y le dio a su nieto la bolsa que le había pedido. Alberto sacó un aparatito que, a su abuelo, le recordó de pronto su regalo pantalla-plana de aniversario, pero en pequeño.

-¡Anda! ¿Sabes qué es esto? Es un invento para leer libros ¿Qué te parece?

– Abu ¿No estarás pensando que se puede ver el futbol en la pantalla? Je, je ¿Te imaginas que fuese una tele y tú y yo aquí, viendo el partido? No ¡Qué va! Ahora en serio. Vamos a jugar, tú contra mí, a ver quién sabe más cosas que sean una ventaja del “ibuc” frente a un libro normal de los tuyos ¿Vale?

El abuelo no se lo creía ¿Cómo que se puede leer un libro en una tele-de-pantalla-plana? ¿Será posible que, con la edad que tengo, con un pie en el otro barrio, todavía tenga que aprender más cosas?

-Bueno, niño, pero no vale decir sólo ventajas de tu aparato, sino también del libro de siempre. Como éste que tengo aquí. Porque yo, de esas modernidades no sé nada.

-¡Anda! ¡Pero si ese libro lo tengo yo aquí dentro! Y además es el que me estaba leyendo.

¿No me digas que te gustan los de aventuras? La abuela dice que “El que lo hereda, no lo hurta” ¡Jo! ¡Qué diver! Ya me voy por el final. Pero lo acabo después, cuando ya empiece a bajar el avión. Y así me distraigo cuando esto aterrice, que lo llevo regular.

Mira por donde, el final del viaje se estaba poniendo divertido.

– Abu, empiezo yo ¿Vale? Lo primero que se me ocurre. Si tienes un “ibuc”, puedes llevar encima muchos libros y no pesa nada.

Uno a cero.

Para que veas que es verdad. Se enciende aquí, te sale una pantalla con un menú donde eliges el libro que te quieres leer. Y ya sólo tienes que ir pasando páginas con el dedo, por encima de la pantalla para ir avanzando ¿Ves? Además se puede ajustar el brillo y un montón de cosas más ¡Está guay, eh!

-Pues sí que está bien.

Al abuelo no se le ocurría nada, pero de pronto se acordó de la pequeña biblioteca, en la salita de su casa y le dijo a Alberto:

-Oye, y ¿Qué me dices de la decoración? ¿Te imaginas una librería sin libros, sólo con uno o dos aparatos como ese? ¿Con lo bien que quedan los libros encuadernados y ordenados en el mueble? A tu abuela y a mí nos encantan.

Empate, uno a uno.

-¡Jo! Abu ¡Qué antiguo eres! Si ya no se lleva eso. Ahora lo que mola son los posters.

Alberto sonrió con una mueca que mostraba cariño y suficiencia a la vez.

-Bueno, te voy a decir otra ventaja. Con este sistema te puedes comprar un libro mucho más barato que en la librería. Yo, con mi paga, me podría comprar por lo menos tres a la semana. Lo que pasa es que luego no podría salir… Pero bueno ¿Qué me dices?

Dos a uno.

-¡Qué barbaridad! Así no me extraña que haya tanto paro. Van a acabar con todo, hasta con las librerías.

Se quedó pensativo y en parte admirado por lo que, sin darse cuenta, avanzaba la tecnología a su alrededor.

– Bueno. A ver qué se me ocurre. Porque a mí lo que siempre me ha gustado es pasar las hojas mojando el dedo, como debe ser.

Pasó un minuto en silencio, concentrado, sin saber qué decir. De pronto tuvo una feliz idea.

– ¡Ya lo tengo! Si estás en una isla desierta y al menos tienes un libro a mano, puedes encender un fuego. Y si con ese fuego te ven, el libro de papel te ha salvado la vida ¿Qué te parece? Ahora no me digas que con eso se hace un cortocircuito y sale ardiendo. Porque no me lo creo.

Empate otra vez. Dos a dos.

-Eso no vale ¡Se te ocurre cada cosa, con tal de ganarme! Bueno, te iba a decir una ventaja y ya no me acuerdo ¡Ah, sí! En la isla esa que te has inventado, o en la playa, por ejemplo. Si hay mucho viento no puedes leer, porque se te mueven las páginas. Sin embargo con esto, no hay ese problema ¿Está claro, no?

De pronto se notó que el avión empezaba a descender. La sensación de ingravidez no le gustaba a Alberto y le producía un cosquilleo que él solía combatir concentrado en la lectura.

El comandante anuncia por los altavoces «Iniciamos el descenso. En una media hora estaremos aterrizando en el aeropuerto. Abróchense los cinturones.»

-Bueno, Abu, yo voy a terminar el capítulo que me queda y ya sabes que te he ganado. Hacemos las cuentas en casa.

De pronto, la pantalla del lector de libros digital se desvaneció y se quedó a oscuras.

– ¡Ostras abuelo! ¡Será posible! Con el juego se me olvidó apagarlo y se ha quedado listo, sin batería.

El abuelo no daba crédito a lo que estaba viendo. De repente, se le iluminó la cara y esbozó una pícara sonrisa, antes de decir:

– Alberto lo siento, pero creo que empatamos otra vez ¿Cuánto me das si te presto mi libro de papel para que lo termines? Para que veas que lo viejo a veces tiene ventajas ¡Hala!

Y te dejo mi libro, pero me debes un arreglo de la tele-de-pantalla-plana sin cobrarme ¿Vale?<?xml:namespace prefix = o ns = «urn:schemas-microsoft-com:office:office» />

El avión descendía suavemente. Mientras Alberto, resignado, terminaba su capítulo en el anticuado libro de su abuelo. Entre tanto, se prometió a sí mismo no salir más de viaje sin antes haber recargado la batería de su “ibuc”.

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