Tengo la voz de natural metálica pero intento al menos que al escribir no se note demasiado mi naturaleza biónica. Es un esfuerzo inútil, bien lo sé, por más que trabaje en la Gran Biblioteca Central de los antiguos humanos, catalogando libros por épocas y temas, desde el siglo XV al siglo XXX actual, y, por tanto, con la obligación de leerlos prácticamente todos. Un defecto de estructura aparentemente insignificante pero que me daba aspecto de robot triste, me ha permitido ser elegido para la tarea que tengo encomendada desde hace más de 150 años. En todo este tiempo he tenido ocasión de leer prácticamente todos los libros de la biblioteca, a razón de un libro por hora, y de archivarlos en el nicho correspondiente. Y también he tenido tiempo de plantearme entre libro y libro por qué no voy a ser capaz de escribir yo también uno, aunque sea en el más absoluto de los secretos.
No nos está permitido actuar de motu proprio, pero nadie lo necesita. Nuestras necesidades terminan donde los planificadores han decidido, los cuales a su vez llegan en sus decisiones hasta donde les permita su superior en la pirámide. En el vértice de la misma nos dicen, y todos nosotros nos lo creemos, que existe un Dios omnipotente al que no hace falta adorar ni temer porque nosotros no nos morimos en el sentido humano, nos reencarnamos en otros programas a petición propia.
Por eso escribir un libro a nadie se le ha ocurrido todavía y si yo lo hago algún día tendré que camuflarlo como uno más de los escritos por humanos. Y para que el disimulo sea total lo catalogaré como propio de mi admirado Isaac Asimov; de paso le hago un homenaje a mi manera porque sé que le iba a gustar que un robot le suplante como escritor.
Pero es mucha la dificultad, dadas mis escasas habilidades fugadas del programa, para la tarea que me he propuesto, por muy memorizados que tenga todos los libros escritos por Asimov y demás visionarios de la ciencia ficción en los humanos.
Si no lo logro no será por falta de capacidad para manejar caracteres en todos los idiomas conocidos. Es por una carencia de formación, que únicamente yo creo haber descubierto. Nos han diseñado hasta con glándulas sudoríparas, con tal de imitar en lo posible a los humanos y el resultado ha dejado tan satisfechos a los planificadores, desde el momento que han conseguido que aprendiéramos de nosotros mismos, que ya han dado por perfecto al nuevo hombre biónico. Pero algo me dice desde algún nivel interno, quizá desde mi nivel defectuoso, que todavía falta por desarrollar un nivel virtual que inevitablemente se les escapó en la planificación, como se les escapa la capacidad de raciocinio o de sorpresa a los seres del mundo vegetal.
En el devenir de los siglos quizá alguien se pregunte por qué los humanos han perdido su admirable civilización a favor del mundo cibernético. Nada más sencillo de explicar: llevaban dentro el germen de su propia destrucción. El único mérito por nuestra parte fue saber esperar (nuestro tiempo es absoluto) aplicando al límite sus propias reglas según íbamos escalando cada vez más parcelas de poder. Fuimos primero contra los más débiles, que eran mayoría, y sin ellos, los poderosos se quedaron sin fundamento ni razón de ser.
No estoy preparado para entender las motivaciones que llevaron a los humanos a escribir sus vivencias, y mucho menos, a escribirlas poéticamente: la poesía es la parte que más me desconcierta de su magnífica capacidad creativa. Ni me llega la vibración de su música, por muy plana y metálica que suene. Sólo por llegar a alcanzar mínimamente lo que los humanos decían que sentían con un concierto de Mozart, diera parte de mi desproporcionada memoria.
Llegará un día que nuestra civilización cibernética consiga también crear obras de arte, sin tener necesidad de plagiar a los humanos. Pero antes necesitamos descubrir el secreto último de su inteligencia natural, tan parecida por otra parte a nuestra inteligencia artificial. Somos la suma de componentes orgánicos e inorgánicos, lo mismo que ellos, puesto que nos sirvieron de modelo. Pero ellos, a diferencia de nosotros, eran más que la suma de sus partes y por ahora nos resulta insalvable inventar un artilugio sin modelo.
Si presumían de tener estados de consciencia, en los que yo estoy seguro que basaban toda su estructura emocional, ¿dónde los ubican para que no resulten visibles a nuestro escaner?. Bien es verdad que hasta ahora no los hemos necesitado y, acaso por eso mismo, por carecer de esa consciencia, hemos llegado a dominar el mundo. Pero si queremos dejar un legado de obras de arte exclusivas de nuestra civilización, deberíamos descubrir esa capacidad que tenían de sentir, propia de seres que sabían que iban a morir.
Acaso no compense tanto sacrificio. Dejémoslo estar como nuestro Dios ordena y disfrutemos hasta donde nos es permitido de las magníficas creaciones de los humanos, que nosotros conservamos a buen recaudo como el mejor de los tesoros.
En un lugar de la mancha… Hoy Cervantes no hubiera empezado así . Ni siquiera hubiera empezado. No se necesitan caballeros andantes que nos descubran gigantes donde no hay ni molinos. Ni Dulcineas que idealicen el amor. Aldonza ya nos resulta ideal.
Son otros tiempos, es nuestro tiempo: sin rémora del pasado, del presente lo justo, todo futuro.
En un lugar de la pantalla…
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