Y allí estaba, sentado en la barra del bar, viendo como mi café se enfriaba mientras esperaba como lo haría un buitre sobre su presa, a que el capullo sentado junto a mí acabara de leer el periódico. Sólo que éste no parecía tener la intención de “morirse” rápido.
– ‘Este gilipollas va a conseguir que se me enfríe del todo el café antes de soltar el periódico, ¿es que no sabe que en el bar sólo se ojea?, ¿que no lo ponen aquí para leérselo entero?, ¡para eso que se lo compre y se lo lea en su casa!’ -, pensé sin molestarme en disimular la rabia.
Mientras mi ánimo se calentaba en proporción inversa a como lo hacía mi café, esperando a que el ocasional lector terminara de deleitarse (más quizás en la certeza de que estaba formando cola tras el periódico, que en el contenido de lo que estaba leyendo), me fijé en una pareja relativamente joven que se encontraba en una mesa cercana. Ambos estaban sentados uno enfrente del otro, pero ni se miraban, de hecho se ignoraban por completo.
En vez de estar con las manos cogidas, mirándose el uno al otro con cara de “eres tú lo que más quiero, amor”, se encontraban dedicados frenéticamente a lo que apuntaba ser (y seguro sería) una conversación “mesenller”, o “güasap”, o cualquier otro estúpido invento de última hora para evitar las conversaciones en persona, uno agarrado a una tablet y la otra a lo que parecía una flamante última versión del milagro del santo Jobs: un Iphone, evidentemente de última generación, – ‘porque si no, no eres suficientemente “cool” para esta generación de cenutrios’ -, pensé.
Permanecí unos minutos mirándolos, embelesado en semejante despliegue de estupidez, durante los cuales efectivamente no se cruzaron ni una sola mirada.
-‘¿Cómo pueden actuar así?, ¿cómo pueden ignorarse de esa manera?, ¿se sentirán así acompañados?, ¿de quién, de el que tienen enfrente o del que está al otro lado del teléfono?, ¿se estarán engañando mutuamente?’ – sonreí para mis adentros -, ‘¡se lo merecerían!, ¡por gilipollas!, seguro que han quedado para tomar un café, e incluso desde hace días, ¡y no se han dirigido la palabra ni una sola vez!’-.
Allí estaban, los dos, ridículamente absortos en el manejo de sus avatares de última generación, enfrascado cada uno en su ritual de comunicación electrónica, demostrando una soltura poco común a juzgar por la velocidad a la que volaban sus dedos sobre el diminuto teclado, demostrando que dominaban completamente los protocolos de actuación del nuevo, tácitamente aceptado, y políticamente correcto, patrón de interacción social. Porque recordé que no era la primera vez que veía a otras parejas en la misma situación. En los últimos meses había asistido a la misma escena en muchas otras ocasiones y siempre de la misma manera: uno frente al otro, dedicados a, e ensimismados en, sus “maquinitas”, supongo que “charlando” con terceros porque me cuesta creer (eso sería lo último) que estuvieran de esa manera charlando entre ellos.
– ‘Qué harán en la cama?’ – pensé con ironía – , ‘comunicarán sus intenciones coitales via “güasap”?,….¿se enterará cada uno de los gemidos del otro por “mesenller”?,….¿compartirán sus anhelos, deseos, vicios y cariños por “e-mail”, o mejor aún: ¿compartirán la experiencia con todo el mundo (como si le importara algo a los demás) colgándola en el “feisbuk”?’-.
– ‘¡Vaya mierda!’ – pensé -, ‘al parecer se trata de la nueva liturgia de interacción interpersonal para el siglo veintiuno…., ¡y yo sin tener ni puta idea!. Pero que coño, ¡tienes cuarenta y seis años!, que esperas, eres viejo ya para estas cosas’-.
Viejo, o quizás demasiado fuera de lugar para un tiempo al que de pronto sentí no pertenecer, como si le hubiera perdido el paso a la vida, y ésta hubiera decidido seguir de largo sin esperarme.
– ‘Cuarenta y seis, y ya fuera de lugar, ¡joder!’- pensé mientras volvía de nuevo la vista hacia la barra.
Dejé de prestarles atención volviéndosela a mi muy querido “gilipollas del periódico”, al objeto de mantener la persecución del que era mi verdadero objetivo, pero cuando me giré observé con verdadera frustración que éste por fin se había ido, dejando el periódico, y de paso el título de “nuevo gilipollas”, al sujeto que se encontraba justo al otro lado.
– ‘Efectivamente’, – pensé mirando el café ya helado-, ‘……la vida ha dado un nuevo paso para alejarse de mí’.
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