Aquello era mucho más complicado de lo que él imaginaba, y la dificultad máxima no estribaba, como era de esperar, en aprender el manejo y la utilidad de todas aquellas palabras y expresiones de las que no había oído hablar jamás antes: perfil, facebook, cuenta de correo electrónico, twitter, google, etc. No, eso fue relativamente fácil, y en menos de un año creía desenvolverse con relativa facilidad en aquel universo irreal y fantástico que había logrado salvar su humanidad, y lo que es más importante, la relación con sus padres y su hermana, con los que, desde entonces, desde aquel día en el que apareció encima de la mesa de su dormitorio aquel enorme cacharro sorprendente, sólo se comunicaba virtualmente, aunque para él aquella manera de relacionarse era, en ese momento de su vida, más valiosa que cualquier muestra de amor o cariño físico, mucho más que un beso, un abrazo o una caricia, pues hacía bastante tiempo que no esperaba ya el contacto real con nadie. Repito que lo complicado no era aquello, ni mucho menos, sino que para Gregorio Samsa lo verdaderamente jodido era tener que adaptar sus asquerosas patas de insecto al maldito teclado del ordenador.
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