A veces dudo de mi condición sexual, me gustan los hombres pero las mujeres siempre han estado en mis fantasías eróticas. Hace tiempo descubrí que mis sueños lésbicos despertaban la pasión del que era mi pareja, Carlos, quien logró convencerme para que iniciara la búsqueda de una mujer con la que materializar nuestra fantasía. Me recomendó Internet, me contó que usaba los chats para masturbarse frente a la cámara web, me sentí engañada pero callé por miedo a perderlo. Seguí sus consejos y me inscribí en una página de contactos entre mujeres. “Muchas son bisexuales” –fue su argumento  para convencerme.

Hice todo cuanto me indicó, puse un anuncio tan vehemente que pronto contactaron varias mujeres conmigo. Elegí a la que por sus palabras deduje era la más apasionada. Durante un tiempo intercambiamos mensajes ardientes que después le trasladaba a Carlos a mi manera, nunca le dije que el anuncio lo había puesto porque esperaba encontrar en una mujer lo que él no me daba, pero le mentí. Mantenía apasionadas conversaciones con aquella desconocida que me fue contado su vida. Se llamaba Mónica, como yo tenía cuarenta años y el mismo deseo en encontrar una mujer con la que dar rienda suelta a sus fantasías; era dulce y tímida y mis encendidos mensajes la excitaban. Con ella me mostraba transgresora y decidida, en realidad soy algo apocada pero el escudo de Internet me permitía liberar a la mujer reprimida que siempre he sido. A Carlos le decía que Mónica esperaba conocernos pronto.

–Mejor queda tú primero con ella –me recomendó cuando le hablé de la posibilidad de conocerla–.  Prepara el camino para que me acepte.

Noté que la idea del trío era una fantasía que le aterraba. Era un maestro del ciber sexo pero el contacto real le daba pánico. 

Al cabo de unos días Mónica me envió una fotografía, estaba en la oficina y a hurtadillas vi su cara en la pantalla del ordenador, era como la imaginaba: morena, de labios carnosos y tez clara.  Inmediatamente le envié un mensaje a Carlos y salí a la calle para telefonearle.

–¿Has visto qué guapa es? –Le pregunté segura de su respuesta.

–Es preciosa. Tenéis que quedar.

–Hoy le pido el teléfono– Respondí emocionada tanto por la idea de que a Carlos le gustara como por la posibilidad de conocerla a ella.

Esa noche en el chat nos enviamos mensajes apasionados, le describí con palabras el deseo y ella me respondió con gemidos a través del teclado. Aquello era delirante, “¿cómo sería cuando nos conociéramos?” En pleno desbordamiento de nuestro ardor le hice saber que no resistía más sin conocerla. Al principio se negó pero después accedió y convinimos en vernos al día siguiente por la tarde.

–Trabajo por la zona de Colón –leí en la pantalla–, si te parece podemos quedar en el Café el Espejo.

–¡Bieeeeeeeeen! –escribí en el teclado intentando transmitir la alegría que sentía.

–¿Lo conoces? –Leí y un emoticón amarillo me lanzó un beso desde la pantalla.

–Sí, ese lugar me encanta –tecleé y le mandé otro ciber beso.

Intercambiamos los teléfonos y quedamos en hablar al día siguiente. Esa noche apenas dormí, a la mañana siguiente me levanté como impulsada por un resorte. Me acicalé y vestí con esmero, quería estar radiante para ella. En la oficina sólo estuve pendiente del reloj y del teléfono. A las diez de la mañana marqué su número, el corazón me latía con fuerza.

–¿Diga? –dijo una voz apenas audible.

–Mónica, soy Sara.

–Sí, perdona…, estoy en la peluquería –oí su voz y distinguí claramente el zumbido de un secador–, ahora no puedo hablar, ¿te parece qué quedemos a las ocho?

–Vale. ¿Cómo irás vestida?

–Llevo un traje de chaqueta rojo –Comenzó a toser y se disculpó–. ¡Cof, cof! Perdona… ¡Cof, cof! Mi garganta… Venga… ¡Cof, cof! Nos vemos luego.

–Vale –dije apurada–, hasta luego.

En la oficina fui un manojo de nervios, salí pronto porque no quería retrasarme. A las ocho menos veinte dejé el coche en el aparcamiento de Colón y me acerqué caminando hasta el restaurante. Hacía el frío propio de los inviernos madrileños, cuando llegué al Espejo aún quedaban diez minutos de espera. Entré y la busqué con la mirada, no había llegado y decidí esperar en la oscuridad de la calle, donde me recosté contra un árbol intentando protegerme del frío. A las ocho en punto el corazón me latía acelerado. Pasaron cinco minutos eternos. “Estará en un atasco” –pensé y marque su número de teléfono pero no respondió. “Claro, está conduciendo” –deduje y continué esperando. Pasaron cinco minutos más, aguanté y no me dejé llevar por el impulso de volver a llamarla. “Pensará que soy una pesada” –Me dije mientras apretaba los brazos en torno al cuerpo. Estaba  helada pero no quería entrar sola al café. Al cabo de unos minutos volví a llamar, al otro lado sólo escuché el silencio de un móvil apagado. Insistí varias veces, pero su teléfono era un encefalograma plano. Bajo los árboles centenarios seguí esperando, a medida que el frío me agarrotaba fui comprendiendo lo que ocurría. Todo era una mentira, Mónica era un invento de algún desaprensivo que quizás estaba cerca observando a la idiota que esperaba frente al Espejo.

Me fui a casa muy triste, ahora entendía por qué su voz me sonó tan grave, “perdona –me había dicho–, estoy constipada y tengo la voz ronca”. Qué ingenua había sido, cómo había caído en la trampa.

Al cabo de unas semanas, sin descubrir mis mentiras, Carlos me dejó: “Ten cuidado –me advirtió el muy cretino– hay mucho loco suelto en Internet”. Me costó superarlo pero ahora creo que fue lo mejor. Imagino que seguirá en los chat fantaseando, incapaz de amar a una mujer auténtica. Yo…, sigo con las dudas y miedos de siempre.

Se me olvidaba decir que durante un tiempo conservé el teléfono de la supuesta Mónica con la intención de desenmascararla, pasados varios meses la llamé y me respondió una voz masculina. Le hubiera dicho cuatro cosas, pero no me atreví. Ya he dicho que sigo con las dudas y miedos que he tenido siempre.

Tu puntuación:

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS

comments powered by Disqus