La primera vez que encendí un ordenador, no sabía el mundo que habría detrás de aquella pequeña pantalla. Fue hace cerca de 6 años, recuerdo lo emocionado que estaba, ¿Por qué? Lo estaba por la emoción de algo nuevo, por las ansias de experimentar aquello de lo que todos hablaban. ¡Es fantástico, puedo hablar con todo el mundo!, ¡Deberías tener una computadora, puedes jugar miles de juegos!, ¡Hay muchas fotos, imágenes, música, es algo fantástico!
Y lo era.
Cuando estuve la primer hora frente a esa minúscula pantalla descubrí cientos de páginas, música, vídeos, imágenes, personas, paisajes, descubrí tantas cosas, que me quedé fascinado, era algo nuevo, algo único, algo que en todo momento quería estar haciendo. Y llego la noche y apagué el ordenador.
Y fui a la cocina y tomé un vaso con leche. Bebí lentamente y recordé todo lo que había podido ver, y me pareció un sueño pues no lograba distinguir límites tangibles.
Al día siguiente llegué al colegio, todos hablaban sobre como usar el ordenador, y que encontrar, y por primera vez, fui parte de esa conversación tan sustanciosa, de esa pretensión experimentada al hablar con alguien que aun no usaba el ordenador. Los extraños se volvían amigos si podías hablar con ellos por las tardes, los amigos, se volvían extraños cuando no podían compartir contigo los relatos de cada experiencia nueva.
De un momento a otro, aquellos que contábamos con la fortuna de tener un ordenador propio nos volvimos «amigos» compañeros de aventuras, parte del mismo círculo cerrado, un círculo ajeno al mundo que, los menos afortunados, consideraban real.
Día a día buscaba mas, iba mas lejos en este nuevo océano virtual, viajaba al otro lado del mundo, conocía alimentos que no pude haber imaginado ni en mis sueños mas intrépidos, era una experiencia que disfrutaba cada vez mas; salir fuera de casa era algo que ya no me llamaba la atención, hablar con mi familia era algo que solo me distraía de mi nueva vida, mi vida virtual, una vida que era mía, ¡ MÍA!.
Un tarde, cuando llevaba meses en mi nuevo mundo, mi madre me pidió, desde el resquicio de la puerta, que la acompañarla a comprar un par de víveres al supermercado, accedí a regañadientes, sin molestarme siquiera en despegar la vista del monitor. Mi madre cerró la puerta mientras me concedía 10 minutos para arreglarme, y fue hasta ese entonces cuando desperté de mi ensimismamiento, me desperece dolorosamente, pues todo el cuerpo me dolía, y me dispuse a arreglarme. Imaginen mi sorpresa cuando, al levantarme de la silla, que ahora era, una compañera mas en mis aventuras, me di cuenta de que llevaba la misma ropa con la que había salido del colegio. Aturdido, intente recordar lo que había hecho en el colegio, pero no lo conseguí. Intenté recordar lo que había visto al volver al colegio, y de nuevo, fracasé en el intento. Respiré hondamente en dos ocasiones y me dirigí al lavabo para lavar mi rostro, pero al mirar al espejo retrocedí asustado, la imagen que me observaba al otro lado del cristal era una persona diferente a la que recordaba; mi cabello, sin el cuidado diario que solía darle se había vuelto opaco, como si hubiera perdido parte de su vida; mis ojos, oscuros como la noche misma, se encontraban flanqueados por una ligera linea circular al rededor de ellos, había leído algo sobre ello en la computadora, eran ojeras, y solían aparecer en las personas que no dormían adecuadamente, sin embargo, yo dormía bien; despejé mi mente y abrí el grifo del agua, me lavé rápidamente, pues sabía que ya habían pasado 7 de los 10 minutos que me habían concedido.
Cuando terminé baje las escaleras rápidamente y me encontré a mi madre, que ya estaba esperándome; también ella había cambiado, había bajado un par de kilos de peso, algo que siempre había querido, sin embargo no parecía verse feliz, se le veía triste y angustiada. Sin embargo, no quise preguntarle que le sucedía, pero lo guardé en mi mente, para mas tarde contárselo a alguno de mis nuevos «amigos» virtuales, tal vez alguno hubiera visto a su madre en circunstancias parecidas y sabría decirme que pasaba.
Salimos de la casa cerca de las 7 de la tarde, justo a la hora en que el crepúsculo comenzaba a reinar en la ciudad, miré al cielo y me quedé petrificado, ante mis ojos, observaba decenas de matices diferentes, que le daban un intenso baño de colores al manto celeste. Abrí la boca formando una «o», pues hasta ahora solo había visto cosas como aquella en el ordenador, era tan bello como la aurora boreal que había observado, cientos de veces ya, en el monitor.
Anduvimos hasta el supermercado con un paso lento; me concentré en mirar a mi al rededor, pues el cielo, aun claro previo a la noche, le confería un contorno hermoso y sutil a las casas, a los autos, a los árboles y hasta a las propias personas, que como nosotros, habían salido a caminar, ya fuera para ir de compras, o por que volvían a sus hogares.
Mi madre, que iba a mi lado no miraba a los lados, no veía lo mismo que yo, se concentraba en caminar, lenta y acompasadamente, con una mueca marcada en el rostro; la abracé impulsivamente justo cuando llegamos al supermercado, y sin mas preámbulos, cayó al suelo sin que pudiera hacer nada, escurriéndose entre mis brazos como un rió que sigue su cauce…
Era media noche cuando el Dr. del hospital me llamó en voz baja, me había quedado dormido en la sala de espera, esperando a que mi madre se levantara para poder ir a casa. Abrí los ojos y la luz del pasillo me deslumbró, junto al Dr. se encontraba mi padre, que abnegado en lágrimas me miraba con unos ojos cargados de sufrimiento y desesperación. Me abrazó fuertemente, de la misma forma en que yo había abrazado a mi madre y lloró amargamente.
Mi madre había muerto hacía un par de minutos, a causa de una enfermedad que durante meses había acechado su vida.
Hace 6 años que no pronuncio ninguna palabra, hace 6 años, desde la primera vez que escribí en un ordenador, y hoy en día, es la única forma en la que puedo comunicarme.
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