Tan cerca… tan lejos y viceversa.

Tan cerca… tan lejos y viceversa.

TAN CERCA … TAN LEJOS Y VICEVERSA

Tan lejos, tan cerca…. Solo tenía que esperar los dos minutos que mi router, no de última generación, necesitaba para conectarme con la ciudad en la que ella  vivía a casi dos mil kilómetros de distancia.  Una pequeña fracción de tiempo que se me hacía interminable, tan molesta como las horas que transcurren entre la facturación y el despegue de un avión.  Durante esos breves instantes temía que todo fallara, que en la red de redes se hubiera abierto un agujero y las conexiones fueran imposibles. Cuando por fin la pantalla me devolvía su imagen sonriente y fresca me sentía aliviado.  Charlábamos unos minutos sobre cómo nos había ido el día y nos despedíamos hasta la próxima noche.

Era una alianza no escrita, un ritual que repetíamos gustosos para salvar la distancia física y  que, sin embargo, no colmaba nuestras expectativas.  Terminada la conversación apagaba  el ordenador, el modem, pasaba por el baño y a los quince segundos de dejar la cabeza en la almohada, quedaba yo también desconectado de este mundo.  Soñaba que con el roce de  las sábanas mi cerebro se descargaba de toda la información inútil acumulada durante todo el día, que se borraban los archivos tóxicos recibidos a la hora del café matutino  y solo quedaba la suave caricia de sus manos en mis hombros.  Si era un sueño no lo parecía y la sentía entonces tan cerca…. tan lejos. 

Antes de sonar el despertador ya tenía su whatsapp en mi móvil.  La melodía de “mensaje entrante” me acompañaba mientras me preparaba para el trabajo.  No eran mis mejores momentos pero ver como había amanecido el día para él me cargaba las baterías. Los dos lo sabíamos y por eso siempre eran frases cortas, sin mucho fundamento, aunque rebosantes  de significado para nosotros. En realidad, thefastest superglue de nuestras vidas que convertía mis tareas diarias en un juego de niños.

El día que cayó la red me vi perdido. Tampoco funcionaban los móviles… mi universo se hundía después de casi 24 horas sin contacto visual con ella.  A la hora de nuestra charla cibernética  habitual, miraba atónito el ordenador como si de un momento a otro fuera a despertar de su letargo.  Llamaron a la puerta y un hombre alto me entregó el mensaje que traía en su mano.  No sabía qué hacer con él.  Me indicó que rasgara el sobre y entonces leí que tenía el tiempo justo para llegar al aeropuerto.

Tan cerca… ¡quedaban tan lejos nuestros doce meses de amores tecnológicos que los quemamos en un abrazo!.

Tu puntuación:

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS

comments powered by Disqus