– ¿Por que hace cuarenta años se santificaba la mesa al ir a comer y ahora no?  –Dijo el padre de la familia, de repente, ante la ampulosa cena, y sin que nadie le prestara demasiada atención, ocupados en poner tenedores o coca-cola en la mesa, él mismo respondió– 

Porque antes se estimaba un poco más lo que se tenía, y sabían del valor y lo que costaba conseguir las cosas.

–Papa no veas si te rayas –dijo el hijo, mirando a su madre con el rabillo del ojo buscando complicidad–

Marta, su madre no contestó nada, pero el padre, Marcos si: que tiempos que vivimos… consideran que uno divaga si hace una reflexión por la cantidad de cosas que tenemos, en fin… cenemos, no seré aguafiestas.

Ese día parecía estar en contra de todo, y sentado en el salón, al acabar la cena, mientras veía todos los elementos que llenaban la estancia pensó:      –Que de dinero hay en cosas accesorias. ¿Para esto trabajo?.

Y si uno renuncia a toda esta chatarra intravenosa… ¿en que se convertiría? –Se preguntó mirando al techo–.

Al día siguiente este conglomerado de pensamientos lejos de olvidarse, se hicieron más fuertes, y dejando el coche aparcado en casa, se fue en bicicleta al trabajo.

No te he podido llamar, por que te has dejado hoy el teléfono, me he extrañado cuando he visto el coche en la puerta –le dijo su mujer al llegar por la tarde a casa–, si me he ido en la bicicleta –contestó–

Y eso… ¿Esta averiado? –Preguntó  extrañada– no –respondió divirtiéndose ante la extrañeza de su mujer–. ¿Entonces? –Insistió esta– he querido probar –contestó haciéndose el interesante– ¿y que tal la prueba? –Agregó la Marta bailándole el agua–. Tengo que reconocer que es más cómodo el vehículo, aunque pienso que las personas no estamos “programadas” para ir en coche, por nuestra naturaleza debemos andar.

Comprendo –dijo su mujer–, y se marchó pensando: será una ventolera no tardará mucho en dejar la bicicleta colgada.

–Si buenas tardes llamaba para darme de baja en el servicio de ADSL y de móvil. Tras un largo rato intentando convencer el operador a Marcos de que no cancelara el servicio, el esfuerzo no obtuvo su recompensa y Marcos se salió con la suya.

– ¿Sabes lo que he hecho? –Le dijo nada mas colgar a Marta–.

–Y esta, con la mirada tensa, escucho la proeza de su marido–.

Ya esta bien, ya has llevado demasiado lejos la tontería. ¿Pero en que piensas?,  –dijo ella, ciertamente muy enfadada–.

No estoy en contra de Internet en concreto, mas bien de todo aquello que me me sea prescindible, me paso la vida trabajando y creo que solo lo hago para cosas que no necesito realmente. Y el teléfono no lo necesitas realmente. Algunas veces tengo la sensación de llevar una serpiente en el bolsillo y de crearme una adicción ilusoria -replicó Marcos-. Estoy seguro que a cuantas más cosas te acostumbres más cosas te parecerán necesarias. Y estamos bombardeados por ese tipo de miserias. Y lo que más me molesta de todo, es que a esto le llamamos progreso. Esta hipocresía es la que me enerva hasta el extremo, que en todos los miles de años de nuestra cultura, no hayamos aprendido a convivir, y nos auto-proclamemos el sumun de la evolución por que tenemos móviles y ordenadores. Pues no quiero ser tan evolucionado. –Concluyó Marcos con un tono bajo pero que atravesó toda la estancia por su rotundidad–. Estás paranoico –dijo su mujer–.

¿Qué va a ser lo siguiente? No sé pero estoy un poco cansado de vivir en un mundo impuesto aunque aceptado de forma tácita. 

La mujer intuía que no había marcha atrás, ya que su marido había pasado a la acción con un ritmo vertiginoso, casi imparable. Además en el fondo entendía los motivos que tenía y aunque aparentemente parecían descabellados y excéntricos se preguntaba si los equivocados realmente no serian todos los demás en una especie de histeria colectiva, como una fiesta en la que todos se lo pasan bien y no se cuestionaban nada más.

Y sacudiéndose la cabeza rápida y repetidamente dijo –me estoy contagiando yo también–.

A media mañana Marcos abrió la puerta de su casa y Marta extrañada y preocupada dejó lo que estaba haciendo y fue a recibirle. ¿Qué haces aquí a estas horas? Me han despedido. –Contestó– ¿Qué? –Dijo la mujer con gran sorpresa–

Me he negado a utilizar la excavadora –contestó su marido con rostro abatido aunque a la vez firme– pero… ¿por qué? –pregunto la mujer desconcertada–. Si soy coherente, lo voy a ser hasta el final. Me he negado a utilizar la excavadora por que quita muchos puestos de trabajos. Escucha, –dijo el marido con la mano extendida solicitando la palabra– a donde vamos tan deprisa, ¿me lo puedes decir?, tengo la sensación de estar dando vueltas en circulo y cada vez mas rápido y sin tener muy claro por que. El encargado me ha dicho esta mañana que corría prisa el trabajo y yo empecé a pensar… ¿prisa? y después de esta obra, otra, y luego otra y todas con prisa y cada vez mas prisa y siempre creando sistemas para hacer las cosas mas de prisa, sistemas que a la vez hacen que haya mas gente sin poder trabajar, ¿A dónde vamos tan deprisa?. Entonces sin mediar palabra me he bajado de la máquina y le he dicho que lo haga él.

Por un segundo la mujer no sabia si reír o llorar. No sabía si lo que había hecho era producto de la locura o de la lucidez, y dándose la vuelta con las manos en la cabeza dijo: Y ahora ¿qué vamos a hacer? No lo sé pero he empezado un camino y no puedo volver a atrás. Te puedes creer que aun no sabiendo nada de mi futuro por primera vez en mucho tiempo no estoy preocupado por el mañana ni por lo pagos, al contrario tengo la sensación de haber soltado una pesada mochila que llevaba a cuestas sin saber muy bien porque, si, para poder vivir en este mundo y pagar las cosas que me han estado esclavizando mucho tiempo –se auto contestó–. Ahí se quedan yo me bajo. Voy a trabajar para vivir y no al contrario, y voy a alimentarme para vivir y no al contrario. A eso me voy a dedicar a partir de mañana.

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