Gracias, señora Tecnología

Gracias, señora Tecnología

Por: JAIME RIVERA G.

Me siento un ser privilegiado. El mundo entero, o mejor, la historia acumulada del hombre, cabe en mi cuarto, en mi estudio o en la oficina.

Desde niño colecciono música. No importa el método de grabación o el sistema de almacenamiento. En casa de mis padres había una radiola estéreo de marca alemana, de fina elaboración en madera. Entre los dos bafles laterales, cada uno forrado en el frente con una tela clara con diminutos rombos en hilo suave, estaban los controles (un fondo café oscuro se iluminaba y mostraba una cantidad enorme de letras pequeñas que indicaban los alcances de las 5 bandas radiales con que venía equipada) con unos botones claros enormes que daban la opción de elegir si se quería oír radio o amplificar el tocadiscos, en cualquiera de las velocidades disponibles: 33, la más común por aquel entonces, 45 o 78.

Por los costos y poder de selección, lo más asequible era comprar discos de 45 revoluciones. Si quería oír a Roberto Carlos, Enrique Guzmán, Rocío Dúrcal o Los Beatles encontraba la canción preferida en 45 y no tenía que comprar el álbum completo de 33, mucho más costoso para los bolsillos de un niño de 10 o 12 años. El problema, mi problema, era que la velocidad de 45 en la vieja radiola alemana pocas veces funcionaba bien y la ceremonia para escuchar con atención el pequeño disco recién adquirido se convertía en una tortura adornada con sonidos destemplados y voces irreconocibles de los ídolos.

Las dificultades del sonido empezaron a desaparecer cuando los holandeses de la Phillips lanzaron la grabadora de cassettes a principio de los años 70. Se me arregló la vida. La incipiente colección de discos de 45 quedó guardada en una parte del closet. Poco a poco fue reemplazada por una gran cantidad de cassettes grabados a mi gusto, pues la grabadora que me regaló mi madre venía con radio, con la gran ventaja de poder grabar directamente en el cassette sin la incómoda intervención del micrófono. Y sin sonidos destemplados.

Los ídolos americanos, españoles, argentinos y algunos colombianos, el rock inglés, la música andina y la llanera, la country, las orquestas venezolanas, ya no estaban tan lejanos ni supeditados a alguna edición furtiva y escasa de un sello disquero colombiano en 45 revoluciones. La cuestión ahora era estar “pilo” con la sintonía, conocer al dedillo el dial y la programación de cada emisora para grabar los sonidos que quería coleccionar.

La tecnología europea del cassette era bendita. Me acercaba cada vez a mis ídolos. Ahora el asunto era suministrarle potencia a la pequeña grabadora para que el sonido, especialmente de la percusión y el bajo, nos hiciera vibrar. Vinieron los experimentos.

Ricardo, un compañero de colegio recién llegado de Barranquilla, fue el perfecto acólito en la búsqueda de los sonidos. ¿O lo secundaba yo a él? Nunca lo sabré. Lo cierto es que hubo sinergia total y hoy, más de 40 años después, aún conservamos algunos de los amplificadores hechizos, unos discos de 45 revoluciones pandeados por el calor acumulado de tantos días y muchos cassettes. El nivel de sonido solo era satisfactorio si al reproducir el bajo nos “pegaba” y nos “revolvía” el estómago.

Ricardo es un ser vital. Desde los 15 años mide más de 1.90 metros y no sabe de términos medios. Te ama o te odia. Y hace las cosas con pasión. Con otro común y gran amigo de nacionalidad venezolana, el Negro Miguel, quien estudiaba ingeniería electrónica, armamos un amplificador de más de 2.000 vatios al que no le encontramos en el mercado colombiano un parlante suficiente para exprimir toda su potencia. En un afortunado viaje a Estados Unidos que me regaló un tío, al fin hallé el parlante adecuado. Tuvimos que improvisar su ubicación en una vieja caja de madera en donde nosotros mismos cabíamos de cuerpo entero. La forramos de negro y lo bautizamos “el ataúd”.

La fina tecnología europea junto a una pequeña dosis de creatividad hizo que el sonido de una grabadora pequeñita se alcanzara a oír en el recinto completo de la Plaza de Toros de Santamaría.

Después aparecieron los equipos de sonido domésticos con inclusión del cassette. La posibilidad de coleccionar música se multiplicó como el ritmo acelerado de los descubrimientos electrónicos y de los computadores.

Llegó el C.D. y la purificación del sonido. Ahora las preguntas eran: ¿Cómo colecciono música? ¿Qué pasará cuándo los cassettes se dañen? Los adelantos tecnológicos ofrecieron la posibilidad de hacer C.D. en los computadores, pero ¿cómo pasaría mi música a C.D.?

La respuesta llegó otra vez de Holanda. Conseguí un grabador de C.D. El trabajo, 14 años después, aún no termina. He pasado infinidad de cassettes y discos de vinilo a C.D., pero muchos amigos y familiares me solicitan este favor, por lo que empecé a cobrar (afloró el negociante que hay por allá adentro). Al ofrecer el servicio no me había dado cuenta del potencial que estaba adquiriendo, pues además de ganarme unos pesos extras estaba aumentando mi colección con toda la música que quería. Mi sueño se estaba haciendo realidad.

Hace poco, buscando alguna joya en un mercado popular de discos y videos, encontré algo que me impactó: un concierto grabado recientemente con la voz y las imágenes de Elvis Presley, pero acompañado por los mismos músicos que tocaron con él hace más de 30 y 40 años, con sonido real y directo. Y lo pude ver y oír acostado en mi cuarto, en pantalla gigante y con sonido envolvente –“sourround” le dicen en inglés–. Lo más parecido a estar cerca de una tarima real.

Después de disfrutar el magnífico concierto de Elvis (y las muchas óperas, zarzuelas y conciertos de tantas figuras en tantos momentos de la historia) y oír la pieza musical que quiera (grabada por mi, comprada en una tienda de discos o bajada en mi computador) en mi potente equipo de sonido, tengo que hacer una reverencia a la diosa tecnología y pasarle un mensaje de gratitud por los inmensos favores recibidos.

–Oh, amiga Tecnos, ¡cuánta felicidad me has dado!–

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