Él se acercó a mi mesa repleta de dosieres y tareas pendientes sin importancia.

Cruzó el umbral de la puerta como si estuviera decidido a decírmelo de una vez por todas.Tanto tiempo esperando, tantas miradas furtivas buscando respuesta y por fin lo tenía ahí frente a mí.

El ambiente se llenó de su fragancia y su mirada arrogante esperaba ya mi respuesta. Él era encantadoramente soberbio.

Su porte seguro vestía siempre con traje, cosa que hacía erizarme el vello cada rara vez que entraba a verme a mi despacho, siempre cargado con alguna excusa que tenía que preparar previamente. El creía que no me daba cuenta. Me hablaba siempre de manera cortés y me miraba directo a los ojos.

Nos saludamos.

Sonreí.

Estaba preparada para que desnudáramos los corazones que hasta ahora habían estado esquivos.

Nerviosa me alcé de la silla y estiré el bajo de mi chaqueta para estar impecable. Sabía que yo le atraía, una mujer sabe siempre de esas cosas. Sólo había que vernos aguantándonos la mirada por los pasillos. Nunca habíamos cruzado más de dos palabras propias del saludo pero los dos lo sabíamos, era así. Nos sentíamos atraídos.

Más de una vez en mi casa había imaginado el momento que estaba viviendo ahí y ahora. Los dos cara a cara en la intimidad de mi despacho. Yo iba a ayudarle, no pensaba ponerle las cosas difíciles, pero eso sí, de buen caballero era empezar a cortejar él a la dama, al menos así me gustaría que fuera nuestro primer encuentro.

Espera expectante. Imperturbables ambos, sosteniendo yo su mirada insinuante.

Claramente le había dado a entender en muchas ocasiones que yo sentía lo mismo que él, pero era tan orgulloso. Su orgullo nos separaba.

Con aire gatuno avancé un paso. Me acerqué lo suficiente a él como para presentir sus latidos, el calor de mi cuerpo me sofocaba.Vamos, aquí me tienes.

Pobre, lo intuía nervioso. Pese a su seguridad innata, el amor siempre hace tambalear los cimientos más fuertes del mundo.

Ningún gesto ni ninguna palabra que me diera alguna pista de que hoy iba a ser especial. Yo no pensaba empezar.

Intenté ayudarle con mi mirada. Buscaba forzar alguna pregunta, o quién sabe, alguna respuesta directamente.

Su media sonrisa acompañó su mano a mi hombro. Noté la presión de ella sobre mí.

Me estremezco. La respiración se acelera.

Sonrío y bajo la mirada a sus zapatos. Con mirada curiosa no puedo dejar de reparar en ellos. Son de piel marrones y están rematadamente limpios. Debe ser un hombre escrupuloso y con un cuidado excesivo en todo lo que aprecia. Aparentemente no son muy prácticos, por lo que no tiene que tener una personalidad muy agradable. Viendo hacia dónde me llevan mis pensamientos, mejor pensar que quizá esta vez la teoría del zapato y los hombres no sea cierta.

¿Seré capaz de continuar mirándolo?.-pienso.

Intento relajarme pensando en la cantidad de veces que he esperado este momento y de ninguna manera debo echarlo a perder hoy.

Me obligo a alzar la mirada de nuevo y me vuelvo a encontrar con la suya que imperturbable sigue ahí. Lanzo un suspiro por el miedo a no poder seguir mucho tiempo más con su contacto a medias.

La presión de su mano se hace más evidente y empiezo a sentir como suavemente me desplaza hacia un lado. No logro entender su movimiento pero esperanzada a algo decisivo, obedezco de inmediato y fugazmente siento como mi pecho roza con su chaqueta que pasa de largo.

– Disculpa, no voy a molestarte mucho rato. Necesito utilizar tu teléfono un momento.- dice.

Perpleja intento descubrir en él la expresión de excusa barata. No sé si la encuentro, tampoco me entretengo en ello. Me autoconvenzo que realmente no ha sido capaz… otra vez. No, no lo ha hecho. Como cada día nuestra oportunidad se nos ha vuelto a escapar de las manos. No le culpo y le daré tiempo para que pueda volver a intentarlo. El amor es algo tan grande que no se puede construir en un solo día y menos en un solo momento.

Ya son las 18:00. Una vez más abandono mi lugar de trabajo. Mi castillo de princesa cierra de nuevo sus puertas con la esperanza de que quizá sea mañana cuando él se decida a dar el paso.

Él está enamorado. Las mujeres siempre saben de esas cosas.

Una sonrisa de ilusión volvió a mi cara.

Sí, esperaré a mañana. Seguro que mañana será cuando se decida a hacerlo.

Tu puntuación:

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS