Oficinas como mundos

Oficinas como mundos

Victoria Reissner

02/06/2017

– Buenos días Clara, bienvenida. Esta es tu nueva oficina.

Clara se levanto ese día emocionada porque por fin había logrado conseguir un puesto en la empresa en la que siempre quiso trabajar. Sabemos que el trabajo no es lo más importante, pero tenes este aspecto cubierto soluciona muchos de los otros problemas que nos toca enfrentar.

Y Clara comenzó esa mañana, con la sonrisa más grande y transparente que encontró.

Unas horas más tarde y después de conocer los pormenores de su trabajo, se enteró de una situación que la marcaría. Fue una revelación, una epifanía, una patada al tablero de lo cotidiano, lo ordinario, lo trivial y lo estable.

– «Reemplazarás a Raquel, quién lamentablemente falleció la semana pasada.»

Esas palabras retumbaron en Clara como una bomba ardiendo de realidad.

En esa oficina había muerto una persona. ¿Hace falta que Clara lo grite para que alguien reaccione? Todos siguieron trabajando como si el duelo no doliese, tomando ese café un poco quemado y cargado de cafeína que los ayuda a no dormirse delante del ordenador.

Todos somos conscientes del fin de la vida, de lo finito de la experiencia humana y de la fragilidad que circunscribe nuestra existencia. Pero las cosas también son lo suficientemente simples: Raquel se fue y hay que reemplazarla. Como si fuera una pieza de un puzzle o un par de zapatos gastados. Sí Clara, cae en la cruda realidad. De eso se trata , ¿no? Nacemos para morir, y otros nacen para ocupar el lugar que dejamos cuando nos vamos. Punto.

Pero ¿Por qué estas así Clara? Si no la conocías, hace solo unas horas conociste que había una persona con ese nombre que trabajaba en ese lugar, que se levantaba con su despertador de lunes a viernes a las 7 a.m, recalentaba su café del día anterior, untaba una galleta de arroz y salía (en general corriendo) a tomar el bus de las 8.10. Llegaba a su parada a las 8.45, lista para caminar las tres calles que la separaban de la oficina, pensando que podría haber sido de ella si hubiese elegido otra vida, si hubiese seguido su pasión, si no hubiera malgastado los últimos 23 años de su vida bajo la tenue y triste luz blanca del ordenador.

Pero cuando aún no había terminado sus pensamiento de una vida distinta y lejos del mismo barrio de siempre, ya se encuentra dentro del edificio, actuando como una autómata bajo las órdenes de un jefe que a veces no recuerda su nombre.

Y si Raquel: algún día nos vamos a ir y no va a haber vuelta atrás. Es más, no quedará nada de lo que alguna vez existió. ¡Despertate Raquel! Por favor te lo pido. ¿Qué ya eres grande? Pero por favor, no leíste esas frases de sobre de azúcar sobre el tiempo y que nunca es tarde y que siempre es momento para empezar. Bueno, no sé si siempre y menos sé de la verdad de ese nunca, pero con intentarlo no perderás mucho: solo un trabajo estable que te hace un robot desde que te despiertas hasta que te acuestas.

¿Y esos sueños de ser escritora? ¿De viajar y vivir experiencias para contar en un libro repleto de kilómetros y carreteras?

¿En la oficina alguien sabe de qué color son tus ojos?

¿Alguien conoce tus historias, tus respiros, tus suspiros, tus bostezos, tus cafés, tus instantes?

Ahora si que es tarde. Ni ahora ni nunca ni siempre ni nada.

El día siguió, aunque Clara no pudo controlar su nudo en la garganta, el cuál no pudo desatar en todo el día. Sabía que entrar en esa oficina tenía que ser una señal, un mensaje sobre la vida o el destino o el sentido que le otorgamos a los instantes o alguna cuestión por el estilo. Clara se juró a si misma buscar su verdadera vocación y luchar sin descanso hasta alcanzarla.

La emoción le duró tres días.

Clara se hizo cargo de su trabajo, de su puesto, de su actividades, y ahora Clara ordena las carpetas de Raquel como las dejó el último día que fue a trabajar.

Ahora ella ocupa el lugar físico que Raquel llenaba. También se le cansarán los ojos bajo esa luz blanca y pálida.

Clara se despertará a las 7 am y desayunará su galleta de arroz. Porque de alguna manera somos herederos de familiares desconocidos que nos ceden el legado de su rutina. Como si estuviéramos destinados a continuar con la vida de otras personas que nos precedieron. En general sin saberlo, pero en este caso consientes de estar extinguiendo todos los días un poco más de vida.

Pero Clara siguió, obviamente, como hacemos todos: como hicieron nuestros abuelos y padres y como harán los nietos de nuestros hijos.

Siguió vagando en su mundillo de lo cotidianamente estable e imperturbable sin involucrarse por nadie ni nadie. Pero ojalá despiertes Clara. No queremos no recordarte como a Raquel.

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