El trabajo que marcó mi vida

El trabajo que marcó mi vida

Ya es hora de levantarse. Sólo tengo doce años, pero como cada mañana, me levanto temprano para ayudar a madre a preparar la comida de mis hermanos antes de irme a trabajar. Somos diez en casa, por lo que tenemos que arrimar el hombro todos. Soy de un pequeño pueblo extremeño, en el cual vivimos gente humilde. En mi casa no tenemos mucho dinero, pero al menos no nos falta alimento que llevarnos a la boca. Una vez ayudado a mi madre con la comida, debo ponerme en marcha para llegar al trabajo. Cuido de un niño más pequeño que yo en la casa de una de las familias que tiene dinero en el pueblo, además de encargarme de todas las labores del hogar. Cuando llego allí me reciben como a una más, siempre que tenga claro cuál es mi lugar. No se nos permite comer con los señores en la mesa del salón, por ejemplo, y tenemos que utilizar el baño de invitados, ya que tienen dos. Hoy ha llegado el señor de la casa más alterado que otros días, quizás sea impresión mía, pero este mes de julio me da la sensación de que va a ser diferente al del año pasado. Últimamente la gente está muy rara, hablan sobre política constantemente, y yo no entiendo muy bien sobre ese tema todavía, solo sé que hay dos bandos por los que declinarse. Prosigo con mis tareas del hogar, ahora debo llevar toda la ropa al río para poder lavarla, ya que si no me apresuro se hará tarde para poner la comida. En el río me encuentro con algunas vecinas que rumorean sobre otras mujeres del pueblo, pero a mí con quien más me gusta hablar es con una niña que tiene más o menos mi edad y también baja para ayudar a su madre a lavar la ropa. Siempre hablamos de muchas cosas, yo le contaba las anécdotas de las travesuras que realizaban mis hermanos en casa, y ella compartía también sus historias conmigo. Ya es hora de irse, pero justo cuando estaba a punto de recoger el cesto donde llevo toda la ropa llega un hombre gritando. ¡ya ha pasado!¡ Estamos en guerra!. De pronto las señoras comenzaron a recoger rápidamente sus objetos y se apresuraron en marcharse. Yo tomé el mismo ejemplo. Cuando llegué a casa de los señores me resultó raro ver de nuevo al señor allí, ya que a esas horas solía permanecer en su trabajo. – Daros prisa. Debemos recoger todo antes de que sea tarde. Mañana por la mañana saldrá un barco hacia Francia y allí no tendremos problemas. Le decía el señor a su mujer y su hijo mayor mientras se acercaba hacia mi. – Mañana no hace falta que vengas, pero hoy tendrás muchas tareas por realizar. Entendía que no iba a volver a verlos en mucho tiempo, o esa era la sensación que me daba. Me dispuse a cambiar al niño y preparar los «habíos» del potaje que iba a cocinar. Entonces se acercó la señora y me dijo que debía sacar toda la ropa de los armarios y prepararla para guardarla en los macutos grandes. Yo estaba algo nerviosa, no sabía que iba a suponer esa guerra, pero pronto conocería las repercusiones de la misma en primera mano. Por fin me marcho a casa, tengo muchas ganas de ver a mi familia y saber si están bien. Cuando llego veo a padre y madre hablando. Padre quiere que nos marchemos con tío José a Barcelona, pero madre tiene razón, somos demasiados y aunque allí tuviéramos una casa en donde dormir, no podríamos pagar el viaje para todos, y además madre se encontraba en estado. La noche transcurre con una inquietante tranquilidad. -¡Están echando bombas!. Gritaba una vecina al amanecer desde la calle. -¡Corred, todos al sótano!. Decía en esta ocasión madre con voz temblorosa. Mi cuerpo fue invadido por un escalofrío al oír aquellas palabras. Corrimos todos al sótano del vecino, allí nos aguardaban mis hermanos y algunos vecinos más. Padre no estaba con nosotros allí abajo, debía ir a realizar sus labores en el campo más temprano y no estaba en casa cuando la vecina nos avisó. Espero que se encuentre bien. En aquellos momentos todo parecía ser muy inestable, los niños no paraban de llorar, y de fondo se oían golpes muy fuertes que hacían retumbar las paredes de aquel pequeño cuarto. Madre comenzó a sangrar, y unas vecinas la ayudaban como podían con paños mientras yo me encargaba de mis hermanos. Cuando salimos de aquel sótano estaba cayendo la noche de nuevo, y nos dispusimos a ir a casa, mientras mi hermana mayor corría “an ca” el médico. Una vecina acostó a madre en la cama como pudo, mientras aguardaba que el doctor llegase a casa. Padre, asustado, corrió al cuarto donde se encontraba madre en esos momentos. Al fin llegó el doctor, que se dispuso a entrar en aquella habitación mientras mi hermana aguardaba en la puerta. Cuando después de casi una hora abrió el doctor la puerta de nuevo, se dirigió hacia el baño con el rostro muy serio, y la bata manchada de sangre. Acto seguido salió padre, y con un gesto muy conciso llamó a mi hermana para apartarla a un rincón y contarle una mala noticia. Yo no lo sabía, pero a partir de ese momento mi vida cambiaría, mi trabajo desde ese momento consistiría en ser una segunda madre, ya que mi única hermana mayor debía estar al lado de madre para ayudar a cuidarla.

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