He elegido irme. He elegido irme y no dando un portazo o con una huella de zapato incrustada en el culo, como hubiese cabido esperar; he elegido irme cerrando despacito la puerta y haciendo, esta vez sí, el menor ruido posible. Creo que he sido consecuente con lo que se esperaba de mí, siempre he estado abierta a aprender, a innovar y a probar cosas diferentes, he trabajado duro y no me ha importado echar horas si era necesario; pero también he sido lo que un empresario consideraría una pesadilla, lo sé, lo reconozco y no me arrepiento. No me arrepiento, porque tanto cuando daba mi visión de la compañía, hacía propuestas, ofrecía alternativas y soluciones como cuando he defendido y he peleado por el reconocimiento del trabajo de los empleados es porque me importaban, tanto la una como los otros. Discrepaba, opinaba y discutía porque todo lo que acontecía, el presente y el futuro de la empresa eran lo suficientemente significativos para mí como para implicarme. Me responsabilizaba tanto como cuando he realizado un análisis de una temática tratada por las distintas cadenas de televisión, un informe sobre una determinada emisora de radio o un estudio de la imagen de una empresa en los medios de comunicación… me implicaba en cada detalle porque me importaba, eso era todo.

Y durante muchos años, diez para ser exactos, la relación funcionó. Ese baile entre “empleada coñazo” y empresario “complejo” pudo seguir el ritmo a trompicones entre periodos de paz, felicidad y prosperidad alternados con tiempos de nerviosismo, enfrentamientos e incertidumbre. Pero llegó un febrero cualquiera y un tipo, parece ser que presidente del país, apareció con una reforma laboral bajo el brazo y la relación de poder cambió. A partir de marzo, el baile empezó a ser distinto, ahora el empresario llevaba siempre el ritmo aunque no conociera los pasos… y la empleada, aunque recibiera algún pisotón, tenía que seguir sonriendo y bailando.

Tras algunos meses con los pies amoratados, he decidido abandonar el salón de baile. Ha dejado de importarme ese ritmo, ha dejado de ilusionarme escuchar esa canción. Lástima por la gran orquesta que dejo atrás. Sé que nunca escucharé una melodía tan bien interpretada. Así que he decidido irme con pasitos cortos y lentos. Estoy cansada del enfurecido tango, tengo ganas de pasar a un suave vals,… Pero sé que cada vez que abra un periódico o vea un informativo seguiré escuchando en mi cabeza a la magnífica orquesta, esté donde esté, haga lo que haga y allá donde vaya. Y sé que hoy, con las primeras luces de la mañana, ellos estarán leyendo esto sin dejar de tocar…

(Durante catorce años he sido asesora política, publicista, productora, analista de medios de comunicación… Sin el trabajo de mis compañeros, en la empresa de la que hablo, que empezaban a trabajar a las cuatro de la mañana para tener toda la información disponible para las distintas instituciones a primera hora, hubiera sido imposible… Aún así, no recuerdo ni una sola mañana que no fuera a trabajar con ilusión, con ganas, no recuerdo ni un solo día que las risas inundaran la oficina… Es cierto lo que dicen, «cuando trabajas en lo que te gusta no tienes la sensación de estar trabajando», es más, es un lujo al alcance de unos pocos…. )

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