Su barba y su melena expuestas al viento. Su voz grave, firme, profunda. Había de reunirme con él a las 11:45. Al menos esa era la hora en que el médico decretó mi fallecimiento.
Pude ver -con cierto pudor para que negarlo- mi vida pasar ante mis ojos incrédulos. No contento con fallecer del modo más ridículo posible, tenía que tragarme una historia repleta de despropósitos en la que yo era el protagonista.
Llegó con treinta minutos de retraso y un semblante poco amigable.
– ¿Eres…Dios?- pregunté.
– Lo siento, ella está de vacaciones. Tan solo soy un interino- respondió.
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