Él ya estaría tomándose un daiquiri en el malecón, estaba segura, y no se acordaría de ayer por la mañana, cuando pedimos en el hotel que nos sirvieran auténtico ron Mauricio. No se acordaría de que alquilamos la embarcación, porque borracho era como manejaba mejor la vela, navegábamos a tumba abierta. No se acordaría de nada. Ahora me estaría esperando, lo sé, con el daiquiri en la mano. Y yo le diría que desde hoy me he vuelto abstemia y que no navegaríamos nunca más. Pero los sueños no se cumplen.

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