Él ya estaría tomándose un daiquiri en el Malecón, haciendo el amor o paseándose con ella al atardecer, y sin embargo, una vez más, se quedaría confinado en su pequeño departamento. El único viaje que va a realizar es a su confortable sillón. Prenderá la televisión y estallará de pánico con la noticia de un virus mortal. Comprará un barbijo por internet y volverá a sentarse. A pocos kilómetros de distancia, en la ciudad de La Habana, una mujer lo espera en vano. Ese virus fue la excusa perfecta para no atreverse al amor. Su miedo no tiene cura.

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