«El veintidos ya es historia. Tía, tienes que olvidarle. Acordamos no enamorarnos de ninguno y, como mínimo, enrollarnos con treinta tíos en este viaje». Me mirabas implorando que dejara de llorar. Que se me quitara la cara de dolor porque pensabas que me había enamorado de ese francés imbécil pero guapo, del que ni recordaba el nombre. Era todo asco.
Acariciabas mi cara y repartías mis lágrimas con tus pulgares. Sujetabas fuerte mi cabeza contra tu pecho mientras besabas mi pelo. Olías a campurrianas con fuagrás. Fingiendo devolverte el afecto, improvisé un beso mientras lamía tu piel. Quiero comerte, galleta.
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