—El veintidós ya es historia —dijo mi compañera al llegar a mi lado.

La miré sorprendida. Nuestra misión era clara: entrar, buscar a los sujetos trece, veintidós y cuarenta. Antes de salir, deberíamos recuperar los documentos.

Sería fácil y posible desde que las claves siguiesen con vida. Ahora, ¿cómo lograríamos los códigos de acceso? Ya no había la menor posibilidad de salir de allí y menos con vida. Todo aquel viaje había sido en vano. Pero, entonces, mi compañera levantó el trozo de piel con unos números tatuados y lo balanceó frente mi cara. —Pero, he traído su espalda.

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