«A esta gatita aún le quedan muchas vidas por vivir» le decía yo a mi pequeña cada vez que la veía sollozar. Pero esta vez era diferente, podía sentirlo, podía percibir la angustia en cada célula de su ser. Las palabras no alcanzaban, brotaba dolor desde su interior, todos mis intentos eran en vano. No supe qué hacer más que abrazarla el tiempo necesario hasta que cesaran las lágrimas. Pero no fue suficiente, cuando lo comprendí ya era tarde.
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