A esta gatita aún le quedan muchas vidas por vivir. Miré mis manos, aún con sangre, mientras recogía el retrato en el que estábamos mi hermano y yo. Lo coloqué con cuidado en la maleta, como el preciado tesoro que era. ¿Cuántas vidas me quedarían? A ver. Contemos. Cuando me caí en la piscina con tres años, una. Con la moto sin casco, dos. Aquella fiesta, borracha en Ibiza, tres. El aterrizaje forzoso en nuestra luna de miel, cuatro. Ahí tuve que darme cuenta que eras un mal bicho. Debí huir antes de que me intentases matar. Bueno, quedan tres.
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