«A esta gatita aún le quedan muchas vidas por vivir», se repetía con tanto afán como escasa convicción, buscando el consuelo a una cruel separación que, por motivos de oportunidad laboral, rompía con su tierna y armoniosa relación.

Le resultaba muy costoso, imposible… pero inevitable, deshacerse de lo más preciado que aún se resistía a abandonar: un pedazo de sus entrañas con un lazo del azul cielo de su adorado mediterráneo, reemplazado por el gris de un lugar donde la niebla y la veda del roedor nunca se levantaban para un expatriado.

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