Te regalé un bonita sonrisa de Joker, deseándote suerte con la mirada mientras repartía las cartas sobre el tapete verde de la mesa de Blackjack. Abandoné mi puesto con el gesto de las manos limpias. Me seguiste con tus ojos. Se acabó el turno de trabajo. La buena fortuna y tu cabeza calculadora hizo que dejaras a tiempo el juego. Te dirigiste a tu Audi flamante. En la fatalidad de la oscuridad del aparcamiento, sin mediar palabra, te abordé por la espalda mientras abrías tu coche. Te convertíste en mi comodín encima del capó.

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