Estaba muy bien, pero de repente recibí un golpe brutal en el cerebro, el instinto de estupidez volvía a hacer de las suyas, una vez más hasta razonar estaba en camino a una cita…
Algunos se preguntan ¿Por qué?
Resulta que estás bien cómodo disfrutando de tu actividad favorita: escuchar música, practicar deportes, pasear al perro, mirar series o películas, spoilearle a tu ex, fastidiar a tus amigos, leer un libro, visitar familiares, cazar fantasmas, dibujar, trabajar, husmear entre los callejones de la ciudad… Lo que sea es mejor, pero de repente el fantasma de la soledad y las malditas parejas de enamorados paseándose por tus narices te juegan una mala pasada, en seguida el cerebro te dice «Y yo por qué razón no, yo también quiero» en seguida te enfermas, la soledad que tan buena compañía te hacía te abandona con una patada en la cabeza.
Y nuevamente te dices: es que debo esforzarme más, ahora si voy a concentrarme cómo se debe, lo que pasa es que he sido muy exigente y no me he esmerado en comprender al otro, ahora si voy a dar lo mejor y por supuesto que voy a fijarme en una persona de buen corazón… Los inteligentes saben que todo lo pensado anteriormente es propio de un o una idiota ilusionada, yo misma he bautizado ese impulso como el «IMPULSO DE IDIOTEZ»
Después de noquear a todas las neuronas sensatas que te quedan, te embarcas en una nueva aventura, una nueva cita, una nueva oportunidad, quizá ahora si encuentres lo que estabas buscando, pero el instinto que muchas cosas sabe en secreto tiende a susurrarte al oído «No valdrá la pena, ese tipo es más patán que el anterior» pero también le das una patada y corres con más ansias a la cita.
Pobre cerebro y pobre instinto, están listos para sentarse en primera fila y observar el bonito espectáculo que tus malas elecciones tienen preparadas.
Con gran expectativa llegas al lugar de encuentro y desde la entrada la cuestión se propone interesante, todo va bien. Inicia la conversación y las expectativas de un 100% pasan a un 50% prosigue la tarde y las expectativas van cayendo al ritmo que se consumen los minutos.
Llega un momento en el que las ganas de abandonar a tu cita son tan grandes que tienes que recurrir a todos los preceptos ético morales: «No hagas a otros lo que no quieres que te hagan a ti» «Qué te hace pensar que la otra persona no la esté pasando tan mal como tú y quiera huir» «Si se puede, aguanta un poco más»
A veces, el otro también se juega su mejor carta con todas las ganas de espantarte y causar en ti la decisión de huir o lo hace para saber si realmente estás tan mal de la cabeza como para programar una próxima cita.
Cuando digo que el otro se juega su mejor carta para espantarte me refiero a cosas como estas: hurgarse la nariz mientras te habla de que le gustan las mujeres respetuosas y con buenos modales. Contestar una llamada y charlar en contraseñas que conoces respecto al tamaño de tu trasero y senos para luego acotar que hablaba de negocios importantes con un colega. Pedir un par de cervezas y cuando estás próxima a tomar la tuya que las acaparé todas, se las beba y te pregunté ¿Acaso querías una cerveza? yo pensé que eras una mujer centrada y no bebías… En medio de la cena interrumpir con un discurso como este: No sé, siento que puedo hacer de todo, en un principio estoy muy caliente y quiero coger mucho, después me siento sensible y quiero ternura, después quiero tener hijos porque siento que amo a todos los niños del mundo, después quiero estar solo porque siento que todos me estorban para desarrollar mi creatividad, después veo a gente como tú tan lindos y quiero coger con todos ellos sin importar si son hombres, mujeres o lo que sea, pero también a veces siento demasiado amor por los perros y quiero adoptarlos a todos… Si sabes, a todos nos ocurren esas cosas…
Para estas alturas algunos estarían diciendo: que van al baño y no regresarían jamás.
Hace un par de horas, estaba yo muy tranquila mirando una serie, qué demonio sádico me ha traído a este momento épico de mi vida. En qué momento me he echado a una piscina de mierda… ¡Ah! ya comprendí, justo en el momento en el que decides hablar con alguien que parecía normal. Hay que maldecir a los ojos y pegarle una zurra a los oídos por no prestar debida atención a las personas que les rodean.
No sé cómo sobreviví, pero pude despedirme medianamente normal y jurar que no volvería a intentarlo mientras esta humanidad perduré, pero seguramente el instinto de estupidez me invadirá una vez más.
Estos son pensamientos en una cita. Pensamientos porque nunca le dije nada, tan solo asentía con la cabeza. No vaya ser que se le dé por matar a sus citas… Ya que él siente muchas cosas a veces…
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