Te regalé una bonita sonrisa de Joker, pero no podías verla porque tus ojos ya no tenían luz.

-¡Demasiado tarde! pensé. Cogí tu mano para transmitirte algo de consuelo. Me la apretaste y de modo entrecortado me dijiste:

-No te preocupes, no sufro. Estás aquí conmigo. No necesito nada más.

Te besé las manos y lloré. Lloré hasta que tus manos se enfriaron, hasta que tu espíritu escapó de tu cuerpo. Lloré como se llora una pérdida profunda, insustituible.

Fue tarde, muy tarde, que se te llevaron

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