Te regalé una bonita sonrisa de Joker, mientras pasaba el filo del puñal, de tus provocativas piernas a mis mejillas. Tu mirada lasciva se clavó en mis pectorales y el pensamiento onduló entre agonías y lamentos.

De pronto, me agarraste con tus uñas carroñeras, arrastrándome ipso facto a tu tálamo prohibido.

-Casémonos. Dijiste- Mientras mordías y apretabas contra tus tetas, mis carnosos labios.

Y en un ataque de loca esquizofrénica, trepaste encima de mí para abofetearme.

– Pendejo me decías. Eso eres, un gran pendejo.Y saliste, estrellándose contra la puerta, en un viaje sin retorno y arrastrando tu conciencia.

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