…»¡A esta gatita aún le quedan muchas vidas por vivir!» le susurró, mientras la levantaba en vilo de su silla, para acostarla en la cama con la misma adoración de cada noche. Salió al encuentro de sus pezones, resuelto a firmar el armisticio con la amargura de verla hecha un cuatro, día tras día. La mano -encendida – acudió donde tenía que acudir:
— ¡Regálame una de esas vidas !
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