Te regalé una bonita sonrisa de Joker, antes de que el clic de la cámara registrara mi silueta frente al mar.
Era un día borrascoso y las olas explotaban, furiosas, contra el acantilado. Siempre te gustaba salir a la costa cuando había temporal, captar los instantes telúricos de la naturaleza y, de vez en cuando, a mí con ellos, como si fuera un accidente geográfico más del paisaje.
Actualmente, ya no hay clics de cámaras y tú no has regresado de tu último safari fotográfico, pero la foto costeña me reúne contigo, a diario, cada vez que abro la cartera.
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