Pensé mientras el coche se lanzaba contra el muro que aquello era de lo más excitante, la mejor sensación límite que había probado.

Pero el videojuego avanzaba imparable. Debía elegir, el botón rojo que detendría la simulación o el verde para continuar hasta el final.

Un dolor agudo en el pecho avisó de que mi corazón no aguantaría mucho más, así que di al pulsador.

Un segundo, dos segundos y después, nada. Comprendí en ese instante que la vida es un viaje en serio. Nunca creí que mi daltonismo pudiera jugarme tan mala pasada.

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