Pensé mientras el coche se lanzaba contra el muro, que una elección podía cambiar a expensas de la suerte, en este caso de mala suerte.

Apagué el monitor de TV y salí. Nada de premoniciones podía permitirme.Ningún artilugio del destino transformaría mi decisión y objetivo. Para eso me había arriesgado a tanto, retado a tantos, para irme. Despojándome de cosas tan valiosas como los santos de madera del abuelo que pagaron el pasaje. Solo mi madre vino a despedirme.

– A quién le rezarás ahora? – preguntó triste.

– Mujer de poca fé – contesté – aún cuento con Dios.

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