Pensé, mientras el coche se lanzaba contra el muro, que había sido ella.
Ella había manipulado los frenos.
Desperté aturdido. Escuchaba, a lo lejos, sollozos que fueron «in crecendo» según recuperaba la consciencia de lo acaecido. Me tomó unos segundos, girarme instintivamente hacia el asiento trasero.
“Gracias al cielo, ¿estás bien mi niña?» Besé a mi pequeña y observé apenas unos rasguños en su preciosa tez rosada.
Fue ella. Creía que viajaba solo o con Marta, pero no la veo capaz de hacerle daño a Mireia… ¿O sí lo era?
Algo es seguro, quería impedir que llegase a mi destino.
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