-Lástima que no haya billetes para maniquíes- le dije.
Me contestó con su silencio habitual. Estaba sentado en el salón en su silla delante de la tele, inmóvil.
-¿Me has oído? He dicho que no venden billetes para estatuas.
Me hace incluso menos caso ahora. Y eso que estuve allí aguantando sus quejas durante esos meses después de su visita a Tailandia. Pero ya no se queja más, no puede. La sífilis te deja paralítico si no se trata.
Esto le pasa por guardarse secretos de sus viajes. A ver lo que aguanta solo cuando yo me vaya a Singapur.
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