Lástima que no haya billetes para maniquíes. Vagones llenos de rostros bellos e inertes.
Qué felicidad no tener que soportar a esos mocosos gritones que aporrean maquinitas de ruidos estridentes que taladran mi cerebro. Poder evadir mis pensamientos sin ser perturbados por conversaciones incómodas e indiscretas.
Adiós al mix de olor a pies, hamburguesa y esmalte de uñas.
Sin móviles, politonos, ni abuelas que no gradúan bien su audífono.
Solo tú me entiendes ¿verdad? mientras me observas sonriente a través del cristal.
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