Lástima que no haya billetes para maniquíes. El tipo de la agencia de viajes solo tenía ojos para mí. No importa cómo me vistieran o en qué rincón del escaparate me colocaran, él siempre estaba ahí con su maleta dispuesta y su cámara al cuello, invitándome. Yo era la dueña de su mirada. Eso una lo sabe, no necesita un estómago donde revoloteen mariposas para saberlo.

Y ahora que ya no está, siento que iría tras él tirando de este pesado abrigo y estas botas de tacón. Hasta descalza le seguiría al fin del mundo si pudiera.

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS