Lástima que no haya billetes para maniquíes, decía una vieja canción que cantaba en el colegio cuando sufría de amores, pero era cierto, no podías comprar el amor, no podías ser dueño de un cuerpo sin corazón, era para pocos y yo entendía que algún día terminaría por convertirme en uno. La verdad me aterraba imaginarme así, preferí llorar en silencio, caminar sola por carreteras de tierra anudadas entre cielos naranjos y colinas como montañas y en la espalda todos mis recuerdos, preferí que en vez de ser una inerte figura manipulada por otro, sería yo misma mi propia marioneta.
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