Lástima que no haya billetes para maniquíes. Me parece tan injusto. Todo el día anclada al escaparate de la agencia de viajes, vendiendo ilusión, pasando del minúsculo bikini iridiscente, cuando tocan vacaciones de sol y playa, al gorro de lana cuando se anuncian escapadas a la nieve. Nunca una ola blanquecina de espuma y sal se paseará por mis piernas imperturbables; no rozará un copo de nieve la tersura de mi piel de mentira. Y una también tiene su corazoncito. Lo sacan a la luz todos los años para las ofertas de San Valentín. Es de plástico, pero muy viajero.

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