Lástima que no haya billetes para maniquies, pensó mientras dejaba en su tienda su bien más preciado. Ese maniquí había sido su paño de lágrimas, su pareja de baile y hasta su confidente en los momentos de soledad más absoluta, pero había llegado el momento de despedirse, su vida había cambiado radicalmente, iba a emprender un nuevo camino, con su nueva pareja, en su nueva casa, en una nueva ciudad.

Demasiados cambios para alguien como yo, pensó y cerró la puerta. En la calle le esperaba su nueva vida, aunque no podía imaginar que el destino no era el esperado.

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