—Lástima que no haya billetes para maniquíes, ¿verdad mamá?—. Decía una voz apacible. Me hablaba mi pequeña Cris. Sentada en mi regazo, mientras mirábamos el escaparate. —¡Qué cosas se te ocurre, con los seis años que tienes!—. Me echaba a reír. —¿Qué quieres llevártelo en el siguiente viaje?—. La niña contestaba. —Pero no hay billete para él, es de cera. Lleva años metido en esta vitrina en el salón. Me lo cuenta en sueños, cuando duermo, y dice que es papi—. Aterrada, le miré a los ojos. Y le transmití… —Acabarás derretido en la chimenea—.

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