En esta maleta no cabe casi nada. Definitivamente es pequeña y rematadamente vieja. Me acordé de ella, por este viaje que he anhelado toda mi vida: conocer el ancho mar. Al abrir la bendita maleta, un aliento de flores marchitas, me pegó en el rostro. Sólo recuerdo que mi abuela la compró en un diciembre feliz, para guardar las tantas cartas que le escribía mi abuelo, un vendedor acucioso , que murió lejos, buscando un mejor futuro para su familia. Al tratar de meter las cartas en una bolsa, cayó de un sobre un envuelto con la palabra : Herencia.
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