En esta maleta no cabe casi nada. Me resulta imposible meter el telar de cintura con el que aprendiste a tejer en Oaxaca o los bártulos para preparar el té saharaui que tan espumoso te quedaba. No hay espacio para el buzuki con el que te despertaba de tus siestas griegas ni para un puñadito de hojas de coca que me recuerde nuestras tardes de acullico. No podré incluir los colores de la serranía de Hornocal, ni el negro de Punaluu ni el blanco de Uyuni. En esta maleta no cabe casi nada, porque van en ella todos mis errores.

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