Recuerdo haber estado muy borracho esa navidad, en casa de un amigo. Me acuerdo de haberle meado su arbolito de navidad.

Me dicen, no lo recuerdo, que toda la noche le decía Cleopatra (la culpa fue de la peluca que llevaba, con un simpático flequillo) a su abuela invalida, imposibilitada de moverse. Tampoco tengo memoria de haberla envuelto con tiras y más tiras de papel higiénico. Dicen que les pedía que no la tocaran porque todas las momias traen con ellas una maldición.

Puedo evocar, sin equivocarme, de una fiesta a la que ya llegué borracho. Gordo, el pelo largo, una remera negra y una bermuda de jean, no era un ejemplo de elegancia. La supuesta fiesta estaba tan poco animada que hasta la música era deprimente. Silvio buscaba su unicornio en una habitación oscura, donde sólo brillaba una mujer desnuda de cintura cósmica. Puse rock y comencé a proponerles que bailar y divertirse, también es inteligente.

Estaba con Susana, así es que puedo jurar que no le hice ninguna insinuación, creo que ni la registré durante toda la fiesta. Pero días después la dueña de casa sugirió que iba a dejar al marido por mí. Porque él no era como yo. Y algunas otras locuras que mi poca caballerosidad, me impide ventilar.

Un amigo nos invitó a comer, en la casa de un amigo de él. El tipejo era una copia de Charly García, mínima y adulterada. Desde el principio a Susana y a mí no nos cayeron bien. Ella insistía en llamar a sus hijos: crianzas. Y utilizaba otras brasileradas por el estilo, aunque era argentina y los chicos también. Susana lo rebautizó al flaco como “Cachichorly”, un chorlito imitador.

Por supuesto que tomé de más. Y en medio de una discusión que mantenía mi esposa con el susodicho, lo levanté en vilo y lo puse contra la pared, apretándole el cuello con mi antebrazo. Es raro que el alcohol me ponga violento, pero ese tipo, ese ambiente, tanta chantada: me sublevó.

Nos invitaron a una fiesta de la Asociación Argentina de Actores. Ya cuando bajamos la escalera que daba al salón principal chocamos, literalmente, con un humo denso y fragante.

Iban a leer un cuento mío, en el escenario que apenas se podía vislumbrar. Estábamos con un grupo de amigos, uno de los cuales había participado en la organización del evento. Así fue que, después de algunas vueltas fuimos a parar detrás de unas largas mesas con jarras de vino y vasitos, que se vendían a la concurrencia. Nuestra colaboración fue bajarnos todas las jarras que nos cupieron en el cuerpo.

En algún momento de la noche sonó Pedro Navaja, el tema de Rubén Blades. Subimos al escenario en un estado deplorable y hasta Susana, mi esposa, se prendió a bailar y cantar. Hicimos una versión beoda y cruda del tema, la gente no paraba de reír a carcajadas.

Y, al finalizar, hubo un estruendoso aplauso.

Mucho después leyeron mi cuento. También fue muy bien recibido. Con los focos buscaron entre la concurrencia al autor, muy pedido por la gente. Cuando me ubicaron, estaba todavía bailando y tomando vino. Iluminado por varias luces, saludé al mejor estilo Dylan. Más tarde me enteré que les costaba creer que el autor del cuento y ese borrachín festivo, fueran la misma persona.

Tenía un negocio en la costa, en Santa Teresita. A veces con algunos dueños de otros locales, nos quedábamos despiertos para ir a las cuatro al Mercado. Unos por frutas, otros por papas, etc. Para hacer tiempo íbamos a cenar y tomar algo por ahí.

Una noche caímos en El Café del Pinar, en Mar del Tuyú. Debo reconocer que ya estaba borracho cuando llegamos. Era usual en el lugar, que hubiera shows en vivo. Esa noche les habían fallado dos cantantes. El lugar no estaba lleno en su totalidad, pero había mucha gente. Estaba Sergio, un amigo con el cual nos unían, injustamente, Sabina, Bukowski y Tom Waits.

De la carcajada a la poesía sólo hay un paso, el que das tambaleante para ir al baño. Así es que en algún momento comenzamos a improvisar poesías, riéndonos de los rimadores seriales.Desde las otras mesas comenzaron a sonar aplausos y risas, claro.

Se nos acercó el dueño, pensé que nos iba a invitar amablemente a retirarnos (muchos años atrás, con otro amigo, al cual el decoro y la etiqueta, no me permiten mencionar: nos echaron del bar La Poesía, sólo tocamos Tres Ratones Ciegos a cuatro manos en el piano, desafinándolo). Me equivoqué, nos estimuló para hacer lo mismo desde los micrófonos.

Desde esa noche siempre teníamos un lugar para tomar gratis y divertirnos con la littleraturra.

Un amigo me propuso ir a un Centro Cultural, donde me pagarían por hablar de los Talleres Literarios. Como no conocía el lugar, quedamos con mi amigo en encontrarnos en un bar, tomar un café y de ahí iríamos juntos a esa comarca de la cultura.

No tomamos café. Comenzamos con cerveza y terminamos con un par de whiskies.

Es posible que, por lo bebido, el lugar me pareciera simpático. Nos recibieron con una jarra de vino con frutas. Tenía que esperar un rato porque algunos poetas locales dirían sus poemas, antes que un servidor. Poetas que nunca habían ido a un Taller Literario, pero sí sabían mover los brazos y fruncir sus boquitas como si entraran en éxtasis.

Tres jarras de vino, después. Me tocó el turno, habían preparado al lado del micrófono una jarra de agua y un vaso. AGUA. Casi me infarto, les pedí otra de vino y ahí sí comenzó la crucifixión o el calvario de los concurrentes.

Estaba francamente enojado, por lo que había escuchado. Las rimas sin ritmo, ni cadencia. La falta de sintaxis, el vino. Todo terminó cuando no me permitieron ponerle la jarra de sombrero, a uno de los poetas que subió disgustado al escenario.

Así que no es el alcohol el que me pone mal. Digamos que más bien exacerba mi incipiente alegría. Me puedo poner festivo o cachondo, pero el ambiente muchas veces hace a la diferencia.

He visto caer numerosos amigos alrededor, mientras yo me servía otra copa.

He escrito borracho, pero al otro día descarté el 90% de lo borroneado. Aunque mucho después ese 10% que quedó, se convirtiera en algunos cuentos y algún que otro poema.

No suelo dar consejos, ni acabar un texto con una moraleja, pero

SI VAS A TOMAR… INVITAME.

Jorge Milone

Etiquetas: cuento

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