Una noche de otoño subí al desván de mi cabeza en busca de una caja. Le quité el polvo hasta sacarle brillo. Era perfecta para ordenar las herramientas que iba adquiriendo con mucho cuidado. Una a una, servían para construir cuentos nuevos o reparar los que no funcionaban. Poco a poco iba aprendiendo a utilizarlas con más destreza. Cada vez eran de mejor calidad permitiéndome realizar trabajos de alto nivel. O eso dicen, porque nunca vi ninguna de mis obras. No existen sin la mirada de otro.

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