Y ya todos en silencio, el papel en blanco me acusaba despiadado.

Palabras y palabras atascadas en mi mente, y su imagen, la de ella, que se hacía cada vez más nítida en mi mirada fija a ninguna parte.

Traté de borrarla. Escribí su nombre varias veces, creyendo que eso me daría inspiración.

Pero no. Sólo las cuatro letras de su nombre repetido.

Mi vista imploró a la lámpara del techo.

—Convierte esa luz en la historia que está en mí, tan adentro, que no la puedo encontrar!

Y la luz lo hizo.

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