Salió muy inquieto de la escuela de escritura y no sabía por qué. Una semana después volvió. Empujó la puerta (siempre abierta y con un cartelito colgado). Al entrar en la clase se quedó paralizado. Doce personas leían sus propios relatos en silencio e inexpresión totales. No bromeaban, no se contaban nada. Le miraron. Había algo estremecedor en aquel silencio. Le entró el pánico. Corrió hasta el hall y abrió la puerta con torpeza, dejando caer el pequeño cartel que decía: “pasar sin llamar”.

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