Desde la mañana anterior –aún antes de que amaneciera –había estado lloviendo sobre las montañas y el valle que le servía de alfombra. Por esa razón, decidió abrigarse adecuadamente y no seguir posponiendo la salida para la ciudad. Se cercioró de la hora, tomó un último sorbo del café amargo que siempre preparaba y cerró tras de sí la puerta; abordó el auto que le esperaba y partió. Mientras, por la calle lateral, ya bajaba un grueso hilo de agua, oscuro y cada vez más denso…

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