El silencio se adueñó de lo que suelen llamar aula y una voz asomó desde el fondo, vertiginosamente, sintiendo la necesidad de leer su historia. Una joven de ojos como el océano, tras unas gafas de un intenso borde rojo, vestida de un finísimo percal que hacía juego con el mate de su piel torció la mirada de los hombres con su relato. Sus palabras hicieron que aquel ovillo nervioso de desdichados se animara a desparramar aquel mundo de sueños y, por qué no, un día ser el alma de algún libro.

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