Conozco a esa mujer, del primer día del taller. Se llama Petra. Una pareja de treintañeros entra en el vagón y encuentra asiento frente a ella. Él bebe cerveza, tan pronto; ella le acaricia el pelo sucio quedamente y después busca algo en su bolso. Encuentra un ibuprofeno, se lo tiende con cariño y le pasa el brazo por el hombro; él se lo traga con un sorbo de la lata en un movimiento ágil. Petra abre su libreta dorada con discreción, como si lo que está a punto de hacer fuera nuestro secreto.

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