Descalzo, en pijama y con un manojo de hojas bajo el brazo; así fue como vimos a Dodó el último día que vino al taller.
El profesor lo echó de clase, aunque Dodó… ¡Dodó era puro ingenio!
Tres semanas después, no pude resistir y le llamé por teléfono.
—Dice que no controla el verbo —respondió su hermana, que me confió—. Nunca aguanta más de tres meses.
A la mañana siguiente, Dodó contactó conmigo.
—Gracias por llamar, Ana —me dijo.
Este último, era su cuarto intento; su bipolaridad le ahogaba.
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