Como un águila, nos mira desde la altura de su silencio y de su soledad. La sangre se hiela cuando pone ante sus ojos el manuscrito señalado. Afuera —tras los cristales—, los pájaros quedan suspendidos en el aire; no se respira, nadie se mueve. Desde la ilusión, esperamos que el río de su verbo haga florecer —en las orillas de nuestra angustia— la esperanza.
Y en ese instante, cuando su voz crea el Universo; en lo profundo del alma, sin nacer… se expanden las palabras.
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